Carmen se sentó en el fresco asfalto nocturnos,
Tan fresco como el verano lo permitía.
Se acomodo los zapatitos con cuidado, mientras miraba el cielo manchado.
Su muerto corazón latía suave
En su rítmico réquiem constante.
Muy a su pesar era noche sin luna, y en su infantil rostro se reflejaba nostalgia.
Fue en una noche como esa...estaba bajo la misma constelación.
Así fue, pensó.
Tenia Ganas de seguir caminando.
Antes le gustaba caminar kilómetros y kilómetros, pero esos caminos ya no existían.
Pensó si alguna vez la volverían a recordar.
Tristemente creyó que no, entonces se levanto de la vereda y monto a su amigo que tanto extrañaba, se llamaba azabache, y le gustaba las zanahorias.
martes, 24 de mayo de 2016
El General
Me gustaba visitarlo.
Me gustaba ver su humedad escalando en los muros, tratando de batallar con el escaso calor de un perdido rayo de sol, pero aun así, como no queriendo, ganándole al verde musgo.
Me gustaba cuando me respondía con ecos musicales mis pasos, en sus pasillos de penas secas.
Me gustaba llevar ramitos de flores silvestres, y repartirlas entre los olvidados; los dormidos del recuerdo, o quizá, los ya no tan poco acompañados.
Me gustaba sentarme en la avenidas Los Castaños, quedarme quieta y en silencio, y enredarme entre las decadentes notas musicales, que exhalaban unas polvorosas y desteñidas tarjetas de cumpleaños.
Me gustaba explorar los pasillos, criptas abiertas de vertiginosas escaleras, corredores donde el calor no entraba ni en pleno enero, puentes y pasarelas, y cada rincón que escondía sus mágicos jardines.
Me gustaba mirar sus estatuas, y bailar con ellas tomando sus manos frías.
Me gustaba visitarlo.
Me gustaba ver su humedad escalando en los muros, tratando de batallar con el escaso calor de un perdido rayo de sol, pero aun así, como no queriendo, ganándole al verde musgo.
Me gustaba cuando me respondía con ecos musicales mis pasos, en sus pasillos de penas secas.
Me gustaba llevar ramitos de flores silvestres, y repartirlas entre los olvidados; los dormidos del recuerdo, o quizá, los ya no tan poco acompañados.
Me gustaba sentarme en la avenidas Los Castaños, quedarme quieta y en silencio, y enredarme entre las decadentes notas musicales, que exhalaban unas polvorosas y desteñidas tarjetas de cumpleaños.
Me gustaba explorar los pasillos, criptas abiertas de vertiginosas escaleras, corredores donde el calor no entraba ni en pleno enero, puentes y pasarelas, y cada rincón que escondía sus mágicos jardines.
Me gustaba mirar sus estatuas, y bailar con ellas tomando sus manos frías.
Me gustaba visitarlo.
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